viernes, 22 de diciembre de 2017

Ahora sí que somos pobres de verdad.

Lo bueno de saber que existe el mal es que nos ayuda a borrar cualquier duda de que existe el bien. El uno prueba la existencia del otro. Por eso hay momentos en la vida que uno entiende la existencia del humano ser y sus tropelías.

El bien y el mal libran batallas sin venir a cuento. Los que se enfrentan a los retos que les salen al paso sin hacerse preguntas (me encanta filosofar) saben que lo de existir es una incógnita de la que vamos aprendiendo con lentitud pasmosa. Creo que para quienes tenemos como obligación las tareas de ser, estar, amar y protegernos (de nosotros mismos, naturalmente) en nuestro deambular por la vida nunca aprenderemos lo suficiente. Misterios tiene la vida y no basta con estar convencidos de la existencia de un ser supremo para descifrarlos. Tenemos fisuras, un pequeño espacio donde el conocimiento se divorcia del sentido común y lleva al más ortodoxo a cuestionarlo todo, incluso la vida misma. Pero sí, esta vida no es la que parece y debe ser el resultado de un convencimiento que nos viene dado por pruebas irrefutables: más allá de esta vida nos espera una existencia eterna. Lástima no haberlo sabido antes.

En el libro que está leyendo mi esposa hay una frase que me leyó para que aprendas, me dijo (viene al caso; desde luego no la ironía). "Cada acto que lleva a cabo el humano ser activa una botón que repercute en la eternidad". Vale bien pero si repercute en la eternidad repercute en la transitoriedad. "Cada elección que hacemos nos va definiendo". En resumen: todo lo que hacemos, decimos, y eso, tiene consecuencias. A veces nos percatamos enseguida y otras en una existencia eterna. Mala cosa no darse cuenta a tiempo de nuestros horrores. De cualquier forma tenemos que asumir las consecuencias. Toca entonces asumir la responsabilidad subsidiaria (y todo por dejarse llevar). Gracias.

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