martes, 31 de octubre de 2017

Al fin se va octubre.

Octubre.

Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.

Lento, el arado, paralelamente,
abría el haza oscura y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.

Pensé arrancarme el corazón y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
al ancho surco del terruño tierno,

a ver si con partirlo y con sembrarlo
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.

Autor: Juan Ramón Jiménez.

La tristeza se masca en el ambiente y mantiene alejada la alegría de gentes de buen corazón. La depresión se hace dueña del cotarro y deteriora los sentimientos del alma como esos teléfonos que pierden la cobertura, desconectan la amena conversación y entonces aparecen las dudas y las falsedades. La realidad hace memoria en la distancia y sin dar explicaciones se aleja camino del olvido. El amor eterno agoniza y muere. Todo lo que nace muere. Cuando algo muere necesariamente algo nace. Lo que no nace, necesariamente, es cerca de donde muere. Pero quién advierte esa pequeñez, y si la advierte qué importa. Importa el día de cada cual, esos asuntos, otros amores, y eso es todo.

Por mi parte, espero que octubre se vaya y no vuelva. Espero la transformación del ser. Espero un milagro sin fecha. Por los desprecios, por las calamidades, porque hoy no ¿y mañana? Tal vez espero demasiado. ("Mejor te aviso, no te preocupes: ya amanecerá algún día"). El tiempo pasa, amor, y tú no estás, y no estás porque no viniste, te esperé en la estación del tren y no viniste ¿y mañana? Que seas feliz, inmensamente feliz, el día de tu cumpleaños rodeada de quien más te quiere. No volveremos a ser arrieros. (Ojalá y noviembre sea el mes deseado en el calendario para el amor y la santa poesía. Y te salve. Y me salve. Y nos salve). De otra manera, la salud bien, gracias. Gracias.  

1 comentario: