lunes, 21 de agosto de 2017

No hay ausencias que entristecen mi vida.

No hay ausencias que entristecen mi vida. Mis amores anidan en mí como mi alma herida, pero en un espacio vital a flor de piel. Mis amores son mis amores y son eternos. Hay amores eternos que habitan en cuerpos mortales.

Días atrás, atarantado por el ruido de las fiestas en el pueblo de Patricia, de un amor mío escribí que nuestro mundo ya no era mágico y no es cierto. Nuestro mundo siempre será mágico como lo es nuestro amor inmarcesible. Hoy no es otro día, hoy no hay ruido que me ataranta y siento su mirada clavada en mi corazón. Nada ha cambiado por más que mi mente absurda, a veces desbordada de amor, se desbarate.

No volveré a sufrir los agravios de las fiestas en el pueblo de Patricia ni a morir de amor sin la confirmación de quien escribe los amaneceres que resucitaré al día siguiente y un amor estará esperándome para abrazarme y regresar a la santa poesía que nos parió. Mientras viva no volveré a escribir mi epitafio. Con más amor que fe, y a pesar de los pesares, de la incertidumbre y los desafíos que la cotidianidad me presenta con la cara más triste de los entierros, si creo en el ser humano será por amor. Los sueños madrugan y los días son más cortos: no consentiré que mi mente absurda, adormitado en la penumbra, me arrastre a cavar mi propia tumba. Desquiciado olvidé que la locura también obra por amor. Gracias.

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