martes, 1 de noviembre de 2016

Ni todos santos ni todos muertos.

El Día de Todos los Santos es una fiesta de tradición cristiana que celebra la iglesia católica desde la ostentación de hoy a la desgana de mañana. Esta fiesta tiene que ver exclusivamente con aquellos y aquellas que gozan de la vida eterna. O sea, los que están en presencia de Dios y no aquí abajo.

Hoy me despertaron las campanas. Repican a muerto. De mi infancia recuerdo que me obligaban a ir a la iglesia. Sabían que todos mis pecados cabían en un Padrenuesto, pero me obligaban a ir a la iglesia. Mi vida siempre fue transparente, nada tengo que ocultar. Solo vivo desclavado de la cruz. Eso sí. 

Qué falta de consideración. Me asomo a la ventana y veo gentes caminar en busca de un futuro mejor. Van a la iglesia, van de buena fe convencidos que unas oraciones socorrerán sus calamidades. No soy quién para persuadir a nadie, tampoco sé si el equivocado soy yo. Incontestable verdad que no busca razón. La verdad que se amolda a las circunstancias. La verdad sin razón ni entendimiento.

Yo no quiero ser Santo si me obliga a ser un ejemplo para unos y otras: no quiero esa responsabilidad. Tampoco Santa. Que no se diga. Lo que sí me apetece, ahora que todos somos uno, sea lo que sea lo que somos, es ser ministro de Rajoy en el Reino de España. Agenciaré un teléfono móvil y me pegaré a él. Como tengo amigas, quiero ser ministro y comprar voluntades. (La política compra voluntades, a las amigas se las quiere si te quieren. De manual). Estoy preparado para pagar el alto precio que conlleva ser ministro. Tal vez no pase a la historia, o por el banquillo de los acusados, pero sí a la eternidad. Lo asumo con humildad. ¡Vaya por Dios y María, ahora quiero ser Santo!. (Este ordenador que me ordena, como Rajoy, las mata callando). Gracias... (de nada).

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