domingo, 6 de noviembre de 2016

Desde el hartazgo.

Acomódate, relájate, cierra los ojos y desnuda tu alma. Y ahora dime: ¿Quién cuida de ti sino tú? 

Viene lo de arriba al caso porque la mente retiene lo que le interesa y luego obra el subconsciente, y la palabra que confunde nos lleva por caminos equivocados. Nada es lo que parece. Ni para siempre. Las alas de la razón ataviadas de dignidad no cojen altura, se distraen, y echan raíces en una isla desierta. Yo a una isla desierta llevaría una mirada de solayo, un collarín cervical y un colirio.

Ayer tarde, con Ian en el parque se me hacía imposible: iba de un sitio a otro y güelu y amoto y tractor y güelu otra vez, y vuelta a empezar. Ian no cansa. El cansancio es cosa de viejos. Yo le sigo, o lo intento, pero la borrachera que cojo es de no te menees. Y borracho como una cuba no encuentro la salida. Un güelu no es un padre ni es un hijo. ¿Cuándo fue que perdí la paciencia? (Ni un santo Job desesperado). ¿Por qué lo que es bueno para Ian no es bueno para mí? ¿En qué lío me habrá metido hoy el ordenador que me ordena? (Te buscaré entre el olvido y la memoria). Humilde, no encuentro el camino a seguir y dudo, y cuando dudo me dejo llevar por las apariencias y apenas soy el yerro del entendido. Mejor vivir, arriesgarse y decidir y equivocarse y caer y levantarse para llegar a ser y convencer y, sobre todo, amar sin miedo a las consecuencias. Ya no vale querernos a escondidas. Leernos entrelíeas para luego caer en los reproches. Ya no vale, amor. Catarsis, desahogo: alivio de pena. A los cobardes no les alcanza el amor, les acorrala el miedo. Autoestima, dignidad. Desde el hartazgo, ¿qué si hacemos borrón y cuenta nueva? No más reproches. Gracias... (de nada).

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