viernes, 15 de julio de 2016

¿Para qué sirve un poeta?

François Mauriac: "Dime lo que lees y te diré quién eres, es cierto, pero te conoceré mejor si me dices lo que relees".

En los años altos soy un libro abierto... Se entendería si dijera que mi mente absurda no procesa como debiera y releo más que leo. Y si digo releo, digo leo libros de poesía que me explican la manera de ser mejor persona. Ser viejo y ser mejor persona es difícil, lo digo en serio. Los viejos somos la sabiduría encuadernada en piel curtida de lengua sabia. Y así nos va.

Hay escritores muy buenos. Y hay poetas muy malos. Un escritor bueno te enseña, te educa, te ilustra y yo qué sé... Y un poeta malo, por muy malo, te sana el alma... "Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio". Federico García Lorca. Descuidado de la vida, de la salud casi siempre, me salva la poesía. Y el amor. Y la ternura. Y la sonrisa alegre de Ian. Pero también la denuncia social, la desigualdad, esa pobreza, la escasa libertad, y un sinfín de injusticias. Me salva la poesía que me permite ver la realidad con una luz que erradica el mal cercano a la trivialidad de lo cotidiano. Santa la poesía.

Jorge Luis Borges (definió para la experiencia estética quizá ya ocurrió), harto de escuchar la misma pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Un día con muy malas pulgas, que diría una amiga, respondió con otra pregunta: ¿para qué sirven los amaneceres? (Y las buenas madrugadas, que los amaneceres sin las buenas madrugadas son apenas).

Hoy es viernes de fiar y si tengo que ponerme terco me pongo pero algo hay que hacer con los lectores de ofertas del correfur: ¿Para qué los sueños si no los interpreta un poeta? Y lo que es peor, ¿para qué los soñadores? Éste, nuestro mundo, siempre ha estado amenazado por enemigos impenitentes de la vida y el amor. Conviene no rendirse. Se puede hacer mucho hasta que sea demasiado tarde... Un libro de poesía permite vivir de otra manera esta realidad que espanta: solidaridad, empatía, y sembrar una sonrisa en la cara del colindante con su dolor más latente. Y si demasiado tarde, amén. Con el perdón.

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