martes, 12 de julio de 2016

La hora de otra verdad.

Paso página y confío que la providencia remedie el mal presagio sin llegar a Dios. Más que ella son los atardeceres que pasamos juntos contemplando el azul cobalto, las vicisitudes, la debilidad apoyada en la robustez cuando el viento venía de aquella manera. Aprovechemos el tiempo breve: por amor, juntos hasta el fin del mundo. Solo amor.

Un martes imposible de digerir amanece con demasiados candidatos a liderar la creciente agresión al cuerpo. El asunto no acaba de cuajar, no se atreven a decir no de una vez, y esta indecisión bloquea la mente e impide enjuiciar la realidad que cada día se pone más testaruda. Aquí no valen los porcientos, el tanto por cuánto, ni siquiera la copia exacta de un bolso de mercadillo me lo envuelve para regalo: la cosa es seria. Aquí no vale ni la fe. Ideas transgresoras conducen al desamparo. Ha llegado la hora de la máquina de la verdad. La radiación terapéutica hablará. Así llevamos media vida esperando noticias que alimenten esperanza. Sin salud, porque de eso hablo, apenas somos una carátula distorsionada de lo que fuimos. 

No elevaré mi mirada, no imploraré, no convertiré mi vida en otro falso yo. No fui diseñado para sufrir, soy si está o no estoy. Creo en ella, apasionadamente solo creo en ella. (Son las dos de la madrugada, soledad infinita, trémula zozobra: no es la hora de las excusas, es la hora de otra verdad).

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