jueves, 23 de junio de 2016

Prisioneros.

Una sociedad civil con categoría ciudadana si no respeta los derechos humanos por más tratados que firme con organismos internacionales o más declaraciones rimbombantes que hagan los que tienen el poder; una sociedad en este mundo y aparte, o cualquier otro conjunto de lo que exista seguirá siendo una cárcel, y son muchos y muchas los que se sienten prisioneros. Yo, por decir, aparte de lo expuesto, no me siento libre por mis desavenencias (no me apetece definirlas), me siento prisionero.

Lo curioso del asunto es que nacemos para ser libres y somos prisioneros. El asunto es ese.

Hay una gran variedad de prisioneros, por ejemplo, de su propio éxito, cuando se analiza el cacareado éxito, muchas veces no es tal porque su costo supera los beneficios obtenidos. O los prisioneros de su fracaso, porque no les permite mantener la frente en alto al sentirse incapaces de asumir los cambios de vida que las singularidades del fracaso obliga. O los prisioneros de lo que hablan, porque hoy, como siempre, la lengua es el castigo del cuerpo. O los prisioneros que creen que no son prisioneros pero no pueden liberarse de las cadenas del miedo, el afán, el halago. O los prisioneros del destino, porque han de tomar decisiones y asumir consecuencias que niegan con excusas de mal cocido. O los prisioneros de su autocrítica incapaces de acometer por cobardía. O los prisioneros de su puesto de trabajo al que no renuncian al carecer de alternativas y les hace infelices. Pudiera ser que un mundo ha devenido en una cárcel para todos y todas de las pasiones, los egoísmos, las mentiras, las hipocresías, los miedos. Ay, los miedos, no hay peor miedo que el temor a morir y no ser recordado, amor. Los recuerdos son de los vivos sin los cuales los muertos dejan de existir. Prisionera del amor, prefieres morir que tener algo conmigo. Nubes negras, niebla espesa, bruma de un mar. Oscuridad. ¿Escasa de sentimientos? Miedo.

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