martes, 7 de junio de 2016

Obediencia ciega y amén.

La experiencia con Ian de ayer me lleva a pensar si no debiera este verano ir a un convento de clausura y entrar en contacto con el silencio y la oración; la oración sería lo de menos y lo de más el silencio: La enfermedad del silencio impotente. No sé si esta malatía está aceptada por la OMS, pero es cosa mala y duele el alma. Necesito de urgencias convalidar el silencio impotente por el silencio complaciente si existe. Cuando mi mente absorbe el silencio impotente que me genera Ian me pregunto qué mal hice y a quién, y callo porque no puedo hablar ni poner cara de estrofa. A Dios en las alturas y a su María digo que merezco acción preferente. Las imposiciones, y si además injustas, acarrean consecuencias. ¿Qué digo? Dios mío: yo me someto y te encomiendo mi espíritu. Me estoy volviendo majareta, ay. Se ríe, Ian se ríe, y su madre y también su güela. Toda la vecindad se ríe con Ian. ¿Dónde está la gracia? Doy por cierto que la violencia es cobarde y que Ian es un cielo de bebé.

El silencio es prudencia como estrategia que argumenta defensa intimidatoria. Sí, algo he de hacer y pronto. Ian no oye ni escucha ni atiende a razones por la gloria de su güelu. Ian bebé y la adolescencia por llegar. ¿Qué futuro me espera? Solo silencio impotente. A Ian lo adoro como experiencia religiosa. Obediencia ciega y amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario