lunes, 6 de junio de 2016

El rosario de la aurora.

A duras penas sobrevivo cuando Patricia me deja a Ian para cumplir con sus compromisos. Acabo de salir indemne por los pelos, como llegan a fin de mes los peluqueros, por los pelos. Es el puesto de las hortalizas en el mercado que se vino a tierra. Es la cara que me quedó: ¡Dios mío!. "No se preocupe, no es nada". Es la paciencia que no tengo. Es el amor como experiencia religiosa que le profeso a Ian... Si algo nace necesariamente algo muere. El inhumano salvajismo de Ian acabará conmigo. 

En casa de tomando café Patricia me cuenta que tiene que hacer y me deja a Ian mientras. ¿Mientras qué? Mi salud se resiente porque Ian no atiende a razones: "por tu madre, Ian, razona". De paseo por el pueblo me dan ganas de ir la iglesia y pedir a Jesús el Cristo salud y paciencia, paciencia mucha, para que Patricia venga y me salve. Y nos salve, porque la ira enfurece los corazones y enciende el fuego de las mentes enajenadas. Luego está el sofocante calor. Dura, muy dura es la vida de un güelu y un bebé que no atiende a razones. Si la María no lo remedia esto acabará como el rosario de la aurora.

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