viernes, 18 de septiembre de 2015

Morosidad emocional (hablemos claro).

Una de las principales características de la inteligencia es la capacidad de conocer nuestras emociones y canalizarlas de forma saludable. Sin embargo, hartos de crisis, uno se da cuenta que tenemos demasiados morosos emocionales. No es difícil encontrar gente mal pagadora en estos temas. De viejo, puedo asegurar que nunca estuvieron tan mal las cosas. Si te entregas al amor, digo amor y hablo del amor que sale del alma y cada cual interpreta a su manera. Amor desbocado como nunca antes. Amor que obliga a tomar en consideración todas las posibilidades, incluido el desamor. Enamorarse es un riesgo que merece la pena asumir.

Ocurre que el amor está de moda, pero es mal pagador. Nada de lo que actualmente ocurre me sorprende. El asunto es simple: La incertidumbre de futuro ha traído consigo la formal e inevitable ruptura, no solo de la clásica relación, lo que es viejo, sino entre los partidarios del amor libre. ¡Joder, dona, no hay cama para tanta gente!. Y lo digo sabedor que ya nada es igual, amor, ni lo será. Ya nada será igual. A esta altura del reproche rectifico y aclaro que el problema no es la escasez de camas, sino el exceso de los desamores y sus consecuencias. Y eso que cuando el amor llega nos convida y resucita. Hagan memoria. Camas hay, lo que no queda es amor. Roto el amor, no se trata de vivir de los recuerdos, de lo que pudo haber sido y no fue, sino de enfrentarse a la verdad de la ruptura, porque un amor que nos amarra es amor en desuso... Ojalá quiera la María que en adelante aparezcan amores contrariados que puedan, aún siendo desamores, ser buenos pagadores. El amor ha de ser bien pagado hasta que deje de llamarse amor. Corren años difíciles para los sentimientos y no debiera ser así. No hay credibilidad, solo hay burocracia sentimental cada vez más alejada del amor.

María, la Magdalena, me confió esta sabiduría: Al amor, por poco, hay que sumarle una sonrisa y unos ojos decidores de horizonte limpio para que vuelva a creer en sus propias contradicciones. Se les quiere.

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