lunes, 10 de agosto de 2015

La juventud.

Vuelvo a la cena del sábado y al postre y el café, porque el café sí, pero el postre no: si no hay pastas de té el café vale menos. Y si el tema a tratar son los años, cumplir años, la edad que a nadie importa, porque la edad es la mía. Yo era el más viejo. Las apariencias engañan. Por fuera igual tengo la edad que aparento, pero por dentro, ay. Mejor callo.

Echo en falta mi juventud pero no me sobran años. (Tengo la edad de la mujer que amo). Los años que se viven tienen su aquello: son muy prestosos, y además es cosa de héroes cumplir años. Envejecer con las personas que quieres y te quieren. Los años no pesan, pesan las decepciones. Son muchos los años que llevo de un lado para otro: he viajado. Y aún me gustaría viajar más y conocer otras ciudades, otras gentes y visitarlas en sus casas hablando su idioma.

La edad es una trivialidad fugada de la máquina del tiempo que recuerda la juventud como perdida: "Si pudiera volver a mi juventud con la sabiduría que ahora tengo". ¿Qué sabiduría? Estúpido el deseo. La juventud de ahora es más sabia y más humana. Pero sin trabajo que es el premio al esfuerzo de tantos años de estudio. La juventud mejor preparada de la historia hace años que echó a andar por el mundo en busca de fortuna. La desazón y el desapego no pueden ir más lejos. Hemos defraudado a nuestra juventud.

Es descorazonador ver cómo se va de nuestro lado la juventud y se queda la vejez con su cansancio y la incapacidad que dejan los años sin los hijos, porque la juventud de la que hablo no es la mía ni la de los comensales del sábado, es la de nuestros propios hijos. Y volverán o no. La tragedia es esa y no otra. 

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