sábado, 29 de agosto de 2015

Alivio de pena.

Ayer, la vecina chismosa (le han concedido el tercer grado), vino a casa y me dijo que en la cárcel había encontrado la cura para la nostalgia, que se hizo con amigas, y a una le entregó su amor para que lo guardara como una reliquia. Que había aprendido a improvisar encuentros inesperados. Que se siente feliz como en su patio de luces.

Callé, pero me gustaría haberle dicho a la vecina chismosa que en el pueblo de Patricia también amanece de cuando en vez. Que los malos quereres son asunto de la anterior legislatura, que la nueva se inventó una ordenanza municipal que los prohíbe, además de los rumores, y los petardos y el "porompompero" de los tambores a las doce de la noche y las procesiones del Cristo crucificado con mantilla y peineta modelo María de los Dolores y de Cospedal. Y de mí que los domingos juego al truc con los amigos de siempre, y que tengo una amiga del alma que no me habla ni me lee. Que soy ganador de carreras a larga distancia. Y más para con ello. Pero no, sigo siendo el mismo que al alba escribe para conocerse. Y para no seguir con la mentira, no tengo amigos ni sé jugar al truc, y tampoco tengo una vecina chismosa en la cárcel culpable por hacerle una fotografía con el teléfono fijo a un municipal. Que mi vida es tan triste que no vale ni para ponerle letra a un tango.

Para la muerte la agonía es vida, para la soledad un consolador a pilas es placer. Y en ese plan. Si después de casi una vida no soy de aquí ni de allí, ¿cómo voy a saber qué es la distancia? Y si todo es fruto de mi mente absurda, incluso tú, qué puedo hacer con la melancolía que lleva tu risa y tu mirada de soslayo por nombre? Nada ocurre por casualidad... No quieras saber lo que significa mudar la pena de lugar. 

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