domingo, 10 de mayo de 2015

La revolución de los corazones.

Un gobernante se debe a su pueblo. Las expectativas de los gobernados siempre son vastas: acceso a la educación, a la salud, la alimentación, vivienda digna; estabilidad económica, políticas ambientales, seguridad ciudadana. Estado de bienestar. Pero el gobernante no hace caso y el pueblo sufre en permanente conflicto. Es triste ser desgraciado, y más saber que lo seguirás siendo pase lo que pase. La felicidad que a veces proclamo ha pasado al capítulo de las utopías: ¿Si el pueblo pierde la esperanza qué le queda? Siento el día. Parece que las palabras hoy me salen más realistas que siempre. Literatura trasgresora. El mundo tiene nefastos gobernantes. Ni permiten cuestionar con valentía su modo de administrar el poder. Es domingo de ir a misa y decir la verdad. Es saludable verse a uno mismo en el espejo, echar la vista atrás y fijarse en las piedras del camino andado. De ser justos, cada cual pondría el castigo preciso Yo pecador y hacer lo que le corresponde para salvaguardar el mundo de toda esta clase dirigente imperialista. Por desgracia, hace tiempo que la tierra ha dejado de ser un paraíso en todos los sentidos. Un paraíso donde se conjugue lo armónico con el gozo del ánimo. En cualquier caso, hay que dejar atrás los egoísmos e ilusionados ir más allá de los gobiernos y sus miserias, Esencial tomar otras actitudes de vida. Los recursos son escasos, el erario está vacío, pero con imaginación tal vez se pueda hacer algo más. Y honradez, sobre todo honradez. No en vano, donde la conciencia no vive por mucha ciencia que nos injerten el alma racional se para. La sociedad necesita avivar esa conciencia colectiva como modo de pensar y actuar solidariamente, no solitariamente: "Un corazón solitario no es un corazón", dijo Antonio Machado. Por ello, más pronto que tarde hace falta poner en valor la revolución de los corazones. 

Debemos poner más empeño en nuestras ocupaciones y dar sabor de esperanza. Caer en la desesperanza es el peor de los males. (Seguiremos hablando de nuestras cosas, cada vez menos de política y más de vida, amor y poesía. De ver amanecer, de las buenas madrugadas, de esa ola blanca que se estrella en las rocas y aún así no deja de viajar).

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