domingo, 19 de abril de 2015

Reflejo de una vida.

Miro de soslayo desde mi ventana y veo asomar unos ojos negro azabache. En sus pupilas habita mi memoria y una historia de amor. Ya no estamos para historias de amor. Como mucho estamos para morir de amor. 

Yo no soy de mucho creer en lo que no veo, y además soy torpe de entendederas, pido disculpas, pero una historia de amor, mientras sea de amor no puede acabar como acaban las palabras que nunca se dicen. 

Un domingo de ir a misa me proyecta a un pasado portador de buenas intenciones que son tradiciones documentadas en un libro que se actualiza al paso del tiempo. Todo en la vida se debiera actualizar con el paso del tiempo si su fin es mejorar. Una palabra por decir se dice y ya está. Si un te quiero, amor. Si por robarte un beso qué no daría... Aún estás a tiempo. Donde estamos es donde llegamos y aquí y ahora podemos cambiar las cosas. Claro. Hablo de amor, no de política. Ay, sueño con Rajoy. Cuando acabe todo esto iré a que me lo miren: Ojalá esté a tiempo de curarme en salud.

Acércate mujer, sacia tu curiosidad, descubre la vida que crece al amparo de María, la Magdalena. Nos queda tiempo para escribir una historia de amor diferente con un final feliz, como en las películas: "Tócala, San, tócala otra vez". Y la toco y el verbo se hizo carne. Déjate llevar por la palabra que resume la historia; no estamos para leer libros gordos. La memoria que habita en tus pupilas es la mía. Acércate y nos encontraremos en los infinitos de Einstein donde solo se juntan las vidas paralelas. (Siempre lo digo, y además de decirlo lo escribo para que no haya dudas: De una mujer bella e inteligente, de sus ojos negro azabache, de esa tentación, lo mejor es su mirada).

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