lunes, 30 de junio de 2014

Causticidad de la vida.

Descansando de mi agenda de asuntos inaplazables, surgen otros asuntos a mi mente que perturvan igualmente mi cotidianidad. No puedo dejar de pensar en ti. Pues aplacaré mi sed de ti escribiendo como a veces hago: entrelíneas.

Cuando solo estoy para mí, en ocasiones me pregunto ¿qué se esconde detrás del corazón de una mujer que decide amar a un poeta de mala prosa reincidente? ¿Por qué regresar cuando todo indica que mejor sería no volver? Va a tener que ver con eso que le dicen masoquismo o perversión del alma si no es lo mismo. Se diría que ha muerto por amor y ha resucitado. Para morir por amor, mejor no resucitar jamás o no morir.

Despistado de mis asuntos y rememorando mis descuidos lamento mi ignominia. Ahora no le dirigido la palabra: le he dado la espalda. Y no entiende porque nadie le dio nunca la espalda; alguna vez tenía que ser, digo: nadie va por la vida de rositas. Me cuenta con sus palabras que ha venido del infierno a la vida solo a sufrir... Una narración desgarradora segó la vida de un amigo del alma. Jamás se repuso de tal descuido. Y buscar un sustituto no le interesa; se comenta por los mentideros de la ciudad que ya tuvo una mala experiencia... No sé. Ya nunca confiará en la amistad hasta el punto de entregarme. Lo único que salvaría de la amistad sería una mirada de soslayo. De momento solo encontró a Jesús el Cristo y le reza cada noche y jura que ya siempre le amará.

Hay quien habla y dice que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Yo nada sé. No obstante, no todo está dicho ni perdido. El humano ser cae mil y una vez en la misma piedra siempre que hablamos de amor. Caustidad de la vida

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