domingo, 12 de enero de 2014

Los porcientos y sus abusos

Como es domingo de ir a misa y decir la verdad, podría comenzar el de soslayo de hoy preguntándome, ¿qué sería de mí sin ella? Pero no me atrevo: hoy no está el horno para bollos romanticonos, ni siquiera para las cosas que al amanecer le voy escribiendo al amor y a la vida, porque quiero quedarme en su vida para siempre. Porque para mí la muerte sería su ausencia.
   
Me explica que si fuera cierto lo que dicen las estadísticas que por cada cigarrillo que se fuma se pierde una hora de vida, y por la comida que coincide justo con su dieta se pierden dos años, ya no tendría necesidad de contabilizar los que pierde conmigo, porque ya se habría quedado sin años. Hablo de mi esposa, y tiene razón, las estadísticas son la desesperanza que te lleva la vida con los porcientos sin darte tiempo a rectificar: no hay persona en el mundo capaz de resistirse a ellos. Lo que no dicen las estadísticas es que lo que mata a mi esposa también me mata a mí, y yo voy a vivir muchos años, pero un día menos que ella, porque quiero regalarle toda la vida que llevo sobreviviendo por ella. Y conste que solo contabilizo los años que he vivido intentando ser como la mayoría y los que me mataron por las injusticias que me hicieron pasar. Pero si el que lleva el cometido de los que amanecen al día siguiente me borrara de la lista, o un accidente, o me asesinaran, o simplemente se acabaran los días que me quedan por vivir, seguiré viviendo para regalarle más vida. 
   
Cada vez que el día se hace noche y me acomodo frente a mi viejo ordenador y me convierto en otra persona, un ser sin ataduras ni complejos, un escribidor libre, por cada historia que escribo acumulo días de vida, y para que pueda regalarle más días a mi esposa, seguiré escribiendo cada noche a la vida y sus descuidos, al bendito amor y la santa poesía. (Lo que quiero decir es que mi esposa no dejará nunca de fumar, así que va en serio).

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