domingo, 29 de septiembre de 2013

Mi hija mucho mejor, gracias

Me acaba de llamar Patricia para contarme una anécdota de ayer con sillas por encima de las cabezas de una familia enemistada por asuntos impropios, y entre si los vieras papi, y luego, y entonces, cogió aire y aproveché para preguntarle por su resfriado que para mí es más importante que los duelos familiares con sillas por encima de sus cabezas. Y me dijo que mucho mejor (igual la cazalla es buena para los refriados). Me alegro, mi amor, el refriado es apenas si no pasa de ahí. Un poco molesto y nada más. Un resfriado aparece silencioso y se esconde entre las fosas nasales que disimulan su presencia mientras debilitan el organismo. Un resfriado invade tu vida y atormenta tus mejores pensamientos con achís, achís, y achís. (Uy, me salió letra de bolero, la anotaré para otro día cantársela a una amiga que pase por sus peores momentos). O estornudos: un estornudo es la antesala de la gripe y eso no. Lo de mi hija ya dije que era un resfriado. A mi hija en particular, por asuntos de las alergias que padece desde niña, también le bloquea la respiración,  los olores y los sabores, y le niega el apetito y la voz. Un resfriado para mi hija es cosa seria. Incluso le hace creer en la inmortalidad del catarro. Lo bueno que tiene un resfriado, al menos para mí, que es democrático, que no entiende de política, ni de intereses espurios, ni de amiguismos, porque igual trata a un empresario que a un proletario, a un Rey con muletas que a un plebeyo sin consuelo.

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