jueves, 29 de agosto de 2013

Si un día muero...

La lengua es el castigo del cuerpo, por lo menos para mí, y no hay quien lo niegue. No se habla de otra cosa por el pueblo. La lengua me pierde. No es que no piense lo que digo, es mi sentido de la caducidad. Me acelero, creo que llegaré tarde. En numerosas ocasiones he demostrado mi valía personal pero tengo miedo a llegar el último... no haré historia. Fijo.
  
Llevo la política como germen en el cuerpo desde que nací, y aspiré a ser alguien en ese ámbito. Pues ahora me aburre, además, sería incapaz de robar... Luego quise hacerme un hueco en la literatura, escribir libros, ser respetado y respetable. Y tampoco, entonces me tuve que dedicar a algo provechoso: ganarme la vida con el sudor de mi frente. ¡Qué drama!. Nunca estuve de acuerdo, pero tampoco podía elegir, las cosas como son. Pues ahora, convocado para otros fines, seré intérprete en un lapsus lingüístico que hará historia (hasta aquí puedo contar).
  
Escribo por afición y me falta oficio, necesito una dama para enfrentarme a las ideas que de otra manera no me salen. Una dama mi inspiración, mi razón de ser literaria. Un encanto de mujer es la inspiración necesaria para enfrentarme chabacano pero ilusionado al de soslayo que da origen al día. Y me siento seguro como un cura en misa, incluso, de ser necesario, el muerto en el cementerio.
  
La lengua es mi castigo; son deslices verbales. Mi lengua es el castigo del cuerpo para mí. Alter ego de un escritor que por ser daría lo que no tiene... (Freud era un genio). Si un día muero por cualquier circunstancia, a quien lleve la lista de los amaneceres del día siguiente, le pediré un minuto más de vida para morirme de vergüenza. O contigo y no resucitar jamás.

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