De aquel día recuerdo, de aquella tarde especialmente recuerdo una dama de triste vestida con una promesa en los labios... Era sábado, y al día siguiente tenía un compromiso ineludible. Tenía miedo, y no tanto por no cumplir la promesa, que a fin de cuentas nadie corría detrás de ella (en tal caso delante), sino por ella misma. Porque hubo un tiempo que sin darse cuenta le pasó desapercibido y se dejó llevar por la depresión y los malos augurios. Pero ya no, ahora lo tiene claro. Ahora no.
De aquel día, sábado como digo, recuerdo que nos cruzamos y no nos saludamos. Sin embargo, en un descuido una brisa se llevó el sol de entre sus dedos de joven adolescente. Lo recuerdo como si fuera hoy. Y se dio cuenta al instante. Y se sintió sin fuerzas para cumplir la promesa. Y entonces tuvo miedo, como lo tendría una quinceañera cuando ve que su amor no la mira de soslayo... Pronto será mañana -pensó- y no sé si podré, si aguantaré. Quizá me vea obligada a rendirme...
A mí, raramente se me escapan de unos ojos la mirada... La mirada de una dama es su mayor virtud, su verdad y su compromiso con la vida. Hasta dicen que es el espejo del alma... A mí raramente se me escapa una dama capaz de cumplir una promesa. Siempre digo que una dama es más que una mujer. Y a las pruebas me remito: lo que ayer era una duda, hoy es una certeza, porque hoy sin ser mañana, una dama ha cumplido su promesa. La primera no llegó, ni la segunda, pero llegó: a fin de cuentas es lo que importa...
En la fotografía que sacaron los medios a la llegada, feliz, ya no vestía de triste gris, sino de alegre esperanza: Hoy, sin ser mañana, es una orgullosa realidad.
La dama se vistió de color realidad.
ResponderEliminar... hasta las doce de la noche, que como Cenicienta, a partir de esa hora, el final feliz estará asegurado. Ánimo. Muchas gracias. Beso.
ResponderEliminarSalud