sábado, 16 de marzo de 2013

Que pases un buen día...

Que pases un buen día... Fueron las últimas palabras que oí antes de perder el conocimiento y desplomarme en medio de la nada. Desde aquel día no hay un solo instante que no piense en ella, incluso cuando alguien me desea un buen día se estremece mi cuerpo y creo que es ella la que me lo dice. 

Que pases un buen día... De acuerdo, no volveré a descargar mi palabra orgullosa contra nadie, ni citaré a ningún dios por más milagros que le "cuelguen", ni tan siquiera recordaré tu voz diciéndome que pase un buen día... De acuerdo, pero no pienso escribir al dictado de nadie... Mi amigo Argüelles dice que escriba lo que me sale del corazón y como me sale. Que no renuncie a ser yo. Pero que no olvide que quiera o no escribo para "ellos". Mi amigo sabe, es escritor consagrado, pero yo, torpe de entendederas, no sé si escribir para "ellos" es hacerlo para quien me lee, porque yo solo escribo para quien me lee, y mi mayor satisfacción es arrancar una sonrisa de soslayo.

Silvio Rodríguez canta: "Debes amar la arcilla que va en tus manos/ debes amar su arena hasta la locura/ y si no, no la emprendas que será en vano/ solo el amor alumbra lo que perdura/ solo el amor convierte en milagro el barro... Debes amar el tiempo de los intentos/ debes amar la hora que nunca brilla/ y si no, no pretendas tocar los yertos/ solo el amor engendra la maravilla/ solo el amor consigue encender lo muerto...".

"Solo el amor", canta Silvio Rodríguez, aunque según parece yo no sé de amor. Ni de mantener una relación en el tiempo sé. Y lo peor, no entiendo las matemáticas, ni ahora ni antes. Desgraciadamente la vida es una operación matemática. Porque antes de nacer ya nos rigen los números. Nueve en el vientre materno, nacemos en una fecha que identificamos por un número. En uno de los doce meses del año que tiene trecientos sesenta y cinco días. Cada detalle de la vida está determinado por un número. Pero eso es apenas, porque no se queda ahí: La edad de las personas se cuenta a partir del día que nacen, el día tal, a tal hora nació un niño. Y antes de llegar al primer mes de vida, ya se dice que ese niño tiene tantos días. A partir de entonces, cuentan los meses hasta llegar el año, se inicia entonces la cuesta de la vida, hacia arriba primero: La niñez determinada por un número, la adolescencia, la juventud...  un breve tiempo y hacia abajo después. Cada etapa de esas dura lo que dura una vida y está marcada por los números. El reloj: doce números; una hora: sesenta minutos; veinte cuatro horas: un día. Y vuelta a los trescientos sesenta y cinco días de otro año, uno más. Multiplicar, y sumar, y restar, y dividir... Y qué del amor de Silvio... y qué del mío... No importa el amor de nadie, en la vida todo está relacionado con las matemáticas: la vida y la muerte. Por cierto, la muerte, ¿qué ocurre un día a partir del cual se suman todos los años desde que se nace hasta que se muerte? El único número que se niega es el día de la muerte. Ay, dona, otro sábado de los fieles difuntos... Y 16. (Sin temor a pensar en qué día moriré, digo que fue hermosa nuestra relación mientras duró... Que te vaya bonito. Y que tú también pases un buen día. Naturalmente).

2 comentarios:

  1. Mil trescientos setenta y nueve millones, doscientos treinta y cuatro mil novecientos ochenta y un latidos tuvo, desde que la conoció, hasta las dos de la madrugada de hoy, aquel corazón ahora en bandolera. Matemáticas del desamor. Aprobados todos.Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Sobresaliente, diría. Matemáticas del desamor. Genial. Muchas gracias.

    Salud

    ResponderEliminar