martes, 19 de febrero de 2013

Mejor la indiferencia

"Estamos arando un mar y no vale la pena continuar con una esperanza que no nos ofrece más que decepciones".

Hoy, tomando café con Eugenio, en la mesa de al lado había dos chicas de unos veintitantos años hablando de sus cosas en voz alta, así que resultó inevitable escucharlas. Su conversación giraba en torno al mal de amores. Desamores y celos. "A mí eso no: la venganza será terrible", decía una de ellas, entonces, el indigno traidor podía ponerse en la peor de las circunstancias. Cosas de juventud, porque aquella chica no la veía yo muy vengativa. Solo que posiblemente acabara de llevar una gran decepción y eso duele. Duele a los veinte, a los cuarenta, a los cincuenta y etcétera. Y pensé que, hace una vida y mil años, yo también tuve esa edad de dramas existenciales. De inmadurez, de frustraciones, de manejar corajes. Lo que no entendí, es que su amiga, en vez de tranquilizarla, la azuzaba: "No me extraña que quieras vengarte. Si me hace a mí lo que a ti lo mato". A pesar de considerar que su amiga no hacía bien incitantándola al asesinato, tampoco la consideré una asesina en serie. Entonces, respiré hondo, y me acerqué a su mesa. Perdonar, como habláis como si estuvierais solas, no pude evitar escuchar vuestra conversación. Y de viejo, deciros que ciertamente somos personas y no animales, quiero decir que somos vengativos por naturaleza, pero esa conducta no os llevará a ningún lugar. No permitáis que vuestros instintos primitivos os hagan caer en la soberbia, porque es entonces cuando sufriréis de verdad las consecuencias de vuestras decepciones. La venganza no es un acto racional, sino ignorancia, porque es a vosotras a quien en realidad os hace daño al convertirnos en peores personas. Nada ganaréis con ello. Si os descorazonáis, aportareis lo peor de vosotras. Ante tales circunstancia mejor la indiferencia. Y ser feliz.

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