lunes, 14 de enero de 2013

Esperanza, esa señora

Se busca una señora por quien se ofrece una alta recompensa: Es educada, culta, bella, transparente, y tiene ojos que muestran en sus pupilas paisajes de amaneceres; su voz carece de ansias y quejidos, y siempre va sonriendo y ofreciendo los mejores augurios. Si alguien la ve (téngase en cuenta que es muy hábil para escabullirse), túmbenla en el suelo, átenla fuerte con gruesas cuerdas (no se preocupen que nunca dejará de sonreír), y arrástrenla como puedan por las calles de la ciudad; ícenla como bandera en lo más alto y luego pongan debajo a los parias, a los que pasan hambre, a los desahuciados, a los desesperados de tanta mala espera, a los derrotados por la fortuna, a los enfermos, a los damnificados por las ausencias y otros desvelos que simplemente la vean y la oigan en solemne silencio. Se hace llamar Esperanza, esa señora, y dicen que se la puede ver discreta y fugaz bailando sugerente y tonteando con cualquiera. Pero siempre feliz.

Escribo tu nombre,
Esperanza,
en el filo de la desesperación.
Y te extiendo la mano luchando
entre la ansiedad del deseo
y la resonancia del silencio.

Te separo de las demás,
Esperanza,
única, discreta y cierta;
te veo y me fortalezco,
y como símbolo fresco de la vida
te abrazo: te quiero mía.

Y te envuelvo en mi corazón,
Esperanza,
como cuerda vocal que busca su instrumento,
y te escucho en el sonido de mi aliento.
Te necesito para vivir,
pero te resistes y te quieres ir.

¿Por qué te quieres ir,
Esperanza?
Te nombro y no me contestas ni me das explicaciones.
Mi ánimo ya no es de este mundo...
Regálame al menos una sonrisa...
Una mirada de soslayo...

Lo peor del amor es cuando se pierde.
Lo peor de la Esperanza cuando no se tiene.

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