martes, 4 de diciembre de 2012

La esencia que miente y mata

"La ventaja de esperar lo peor es que al final las cosas nunca resultan tan graves".

Estúpido consuelo el mío dada la actual situación de indiferencia y menosprecio que vivimos. A veces cortinas de humo me nublan la vista en una oscura realidad y por momentos no sé dónde vivo, y la tristeza me embarga reconociendo en mí la cara del miedo. Hoy el asombro ocupa mi tiempo.

Lo ocurrido en mi pueblo colma todas las instancias de la razón, pero esa no es la cuestión que desnuda la tragedia, porque el caso va más allá de la muerte de una niña que aparentaba ser mujer. Ocupada desde sus sueños infantiles en traficar con la esencia que miente y mata, vivía con la misma euforia que hoy presenta demasiada gente en nuestro entorno social como para que aquí nadie sepa nada.

Antes, en mi pueblo todos conocíamos a los vecinos ricos, vivían en casas señoriales y tenían tierras, campos de naranjos y de arroz; también los corredores que compraban y vendían eran vecinos ricos, y el alcalde, y el boticario, y el prestamista usurero: todos ellos colmados de éxitos eran prohombres ricos. Pero ahora los ricos han cambiado de negocio.

Digo, y aclaro, que la droga cada vez ha llevado más su lucrativo excremento hasta las mismas entrañas de una parte de la sociedad. La tragedia es esa. Antes, todos sabíamos el cómo y el cuándo, el cuánto de otro vecino y de dónde. La paz competía con los juegos de azar de manera encarnizada. Ahora, en mi pueblo herido ocurre que, con un pretexto cualquiera, uno puede doblar una esquina y encontrarse con un camello trapicheando. Lo que demuestra esta tragedia es el lamentable hecho, la confirmación veraz, la dolorosa certeza de cómo ha ido la droga adueñándose de la vida en ambientes invisibles. A pesar de algunas coincidencias, a las autoridades aún les falta pasar de las palabras a los hechos con audacia, llegar a un lugar alto y desde allí dar el palo y ser ejemplo. Lo demás tendrá que aportarlo una sociedad de bien con la angustia de saber que como pueblo, estamos dejando a nuestros hijos un futuro cada vez más incierto. Hablo de mi pueblo o de cualquier otro donde tampoco nadie sabe. Quizá porque todos vivimos en ellos.

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