domingo, 16 de diciembre de 2012

La corrupción

La corrupción es el delito y el síntoma, la estampa característica y definitoria de nuestro estado de cosas. La complicidad del poder político y económico ha llevado a este país a ser uno de los treinta más corruptos del mundo. Hemos dado alas a la corrupción y a la delincuencia, en vez de democratizar el acceso al trabajo, la salud, la educación, la vivienda, Estado de Bienestar, y reconocer y homenajear la honradez y el esfuerzo con acciones y ejemplos; pero lo que hemos democratizado es el latrocinio, favoreciendo y celebrando la corrupción. Y en eso estamos un domingo de ir a misa y decir la verdad.

Los partidos políticos están para gobernar (eso es muy fácil de comprender) y la sociedad civil para que la gobiernen (eso también es muy fácil de comprender). De lo que se trata, y vamos por buen camino, para perfeccionar esta democracia, es que la sociedad civil milite y ejerza su legítimo derecho a preguntarles a los dueños de los partidos políticos, sean oposición o gobierno, ¿hasta cuándo?

Lo dice Eugenio con total sencillez: "A quién roba se le debe cortar las manos". A Eugenio estas cosas le superan, y considera que esta debe ser la pena para todo aquél que haga de la corrupción su modo de vida. No es ni debe ser así, pero algo hay que hacer, porque tanta impunidad no la puede asumir la democracia. Y gracias a los medios de comunicación que lo sacan a la luz: malas artes para enriquecerse es lo que hay.

Salvo el "todo incluido" de los hoteles de lujo a costa del erario, los móviles con Internet, las tabletas, la wii, la wifi y etcétera, además de la Shakira, ay, y sus caderas, poco ha cambiado, seguimos como siempre con nuestras injusticias sempiternas. No han disminuido los muertos pero han aumentado los "vivos" de la prevaricación, el cohecho y los porcientos. La corrupción. Como siempre, la poesía explica las cosas mejor que la sociología y sus tratados. Por eso, Mario Benedetti, dios del amor y de la vida, escribió: "Ya lo sabemos, es difícil decir que no, decir no quiero. No obstante, cómo desalienta verte bajar de tu esperanza, saberte lejos de ti mismo, oírte primero despacito decir que sí, decir sí quiero, comunicarlo luego al mundo con un orgullo enajenado y ver que un día, pobre diablo, ya para siempre pordiosero, poquito a poco abres la mano, y nunca más puedes cerrarla".

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