jueves, 8 de noviembre de 2012

¿Cómo estás, cariño?

Entre los desprecios iracundos lanzados al viento por la colindancia de mi pueblo, considerando clases sociales, religiones, profesiones o simpatizantes de partidos políticos en el día de las elecciones, ayer oí los peores, y en mi propia casa. Y de los más hirientes una pregunta: ¿cómo estás, cariño? Una colindancia generalizada empieza a desparramarse. Fueron preguntas de verdadero sentimiento, comentarios de ¡ánimo mujer!. Fue un verdadero clamor, y mi esposa la destinataria de todos los afectos. De nada sirvió que les gritara que el de la escalera era yo. Ni caso.

Ayer, un tropel de gente cabalgó indiferente por mi casa y una vez más pasé desapercibido. Ni azotándome por la escalera. No sé qué más puedo hacer para que me quieran, o simplemente me vean. Y mi esposa, en vez de aclarar el entuerto y los aprecios para mí, felizmente las iba acomodando en el sofá y pidiéndome que hiciera café y que cerrara la puerta. Ni un chisme. Ni una pasta de té. Ay, porque una trajo pastas de té. También moriría porque alguien me regalase una docena de pastas de té. (El asunto de las pastas de té viene de lejos).

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