lunes, 8 de octubre de 2012

Demente, estoy muerto

Va en serio, las nuevas tecnologías acabarán con nosotros. Y lo malo, que acabarán con nosotros antes de que sepamos el impacto que la propia tecnología tendrá en la sociedad actual. La información es poder. De eso no cabe la menor duda, pero nunca sabremos lo suficiente. Moriremos sin saber el mal que encierran las nuevas tecnologías. Porque eso de tener todo al alcance de una tecla no puede ser la solución a nuestros males. Antes, cuando mis hijas y mi esposa tenían que renovar la cartilla del paro, echaban la mañana: hora no. Es darle a la tecla luego de rellenar los datos que pide un ordenador enchufado al mío y listo: "Ponga su DNI y pulse la tecla siga". "Ponga su número de parado y pulse la tecla siga". "Y ponga el cursor en el recuadro fin, pero antes de pulsar la tecla fin, de finalizar la gestión, recuerde que si la pulsa me iré a la calle". ¿Chantaje emocional? ¿Un virus informático arrepentido? Las nuevas tecnologías llamaron a la puerta para quedarse a cenar y se han quedado para siempre. Primero nos facilitaron la vida, y ahora, desde el punto de vista de la vida tradicional, pagamos las consecuencias.

Va en serio, deliberadamente, tal vez incitados por lo desconocido o por nuestra propia ambición, fuimos desafiando las maneras tradicionales de vivir. Las nuevas tecnologías han transformado todo. Y ya pocos recuerdan al señor de la gasolinera que amablemente nos serbia la gasolina con una sonrisa. O en la tienda de ultramarinos. O en la panadería. O en la carnicería. O en la pescadería. O en la charcutería. Ahora todo es uno, uno es todo. Nostálgico, y no es que quiera justificar lo injustificable, pero no me importaría ir al ayuntamiento y encontrar en la ventanilla cerrada el cartelito de "Vuelva usted mañana".

Va en serio, lo mío, la euforia que me lleva de un lado para otro con el alma rota, me da una sensación de bienestar a la vez que no sabría explicar. Paradójico quizá. El caso es que vivo inmerso en una constante incertidumbre que gira en torno a las nuevas tecnologías y me han hecho prisionero de trasnochados paradigmas. Las palabras se organizan solas y ya nada me emociona.

Va en serio, y si hablamos de dinero, ni sabemos su color. Todo partió de una inocente tarjeta plástico y la María sabe hasta donde hemos llegado. El mal de nuestra crisis es económico financiero, pues bien, nuestra deuda está en manos de alguien que no nos quiere, pero no sabemos quién es. Los escenarios económicos se han convertido en un rompecabezas. Los gobiernos experimentan un enorme temor de desplome, y sin embargo, no pueden explicarlo. En tiempos de crisis, el dinero fluye hacia áreas siempre políticas rodeadas de agua por todas partes. Infranqueable al fisco.

Va en serio, las viejas maneras eran más sentimentales y más patrióticas. Con profunda amargura lo digo. Porque para mí cualquier tiempo pasado fue peor. Pero tengo que reconocer que las nuevas tecnologías nos arrastran a un largo etcétera de destrucción.

Va en serio, quizás el camino sea largo y pedregoso si es que aún estamos a tiempo de que la noche lo cubra. Pero estaría bien... Ay, dona, escucho un murmullo, pero no son voces, son quejidos de un cerebro en insomnio capaz de sufrir el edema fatal de las nuevas tecnologías. Demente, estoy muerto. Dame una señal y espérame.

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