sábado, 8 de septiembre de 2012

Se llama Miguel

De cuando en vez miramos de soslayo y nos encontramos con gente sencilla de palabra honrada. Son gente sincera que juega un papel importante en la vida colindante. Es gente de ideas positivas que nos entregan sin darle importancia su afable compañía. Hablo de Miguel, un vecino de mi pueblo, para decir que es una de estas personas de palabra honrada. Y que merece la pena su amistad.

Ayer noche Miguel me dio una lección de amabilidad, una muestra gratuita de estímulos, de nobleza, de sobrellevar las decepciones, de continuar ante las adversidades. Miguel me recordó la capacidad de acción que tenía descuidada.

Me habló de sus aficiones y de su trabajo, y que no sabía cuál de los dos le gustaba más. También me habló de cosas sencillas, de que había cambiado de compañía telefónica sin rencor, hasta el punto que mantiene las dos operativas. Me dijo que todo lo tomaba en serio. Miguel ayer me desbordó de emoción, y de inocencia, porque yo nunca le daría ni cinco minutos de gracia a una compañía telefónica.

Miguel no pertenece a este mundo de asuntos inaplazables, vive feliz con lo que tiene y disfruta con ello: su trabajo, su campo, sus perros, sus aficiones... Me reconfortó hablar con Miguel y más escucharle. Personas así avivan los buenos deseos en cualquier espacio que se encuentren. Tal vez personas como Miguel sean el principio de la eternidad.

Mucho se aprende de las personas, y yo aprendí de Miguel que no ha acabado mi aprendizaje y que no pienso retirarme, que necesito más viernes de amable conversación con él. Que le quiero agradecer su otra dimensión, su extenderme la mano, su manifestación de paz, su sonrisa en los labios y su mirar a los ojos de frente. Estoy seguro que personas como Miguel fueron las que descubrieron por dónde sale el sol.

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