sábado, 15 de septiembre de 2012

Ramón

Me cuenta mi esposa que Anabel tiene un serio problema en casa. No, no es Paco, su marido, es un ratón. Al parecer un ratón ha invadido la intimidad de su hogar y Anabel está que se sube por las paredes. Miedo no, pánico es lo que Anabel tiene a los ratones. Y para más inri, se ha instalado en la habitación de los invitados. Pero Anabel no se resiste (¡antes muerta que sencilla!), y mientras todos duermen, anda por casa con todos los medios a su alcance, incluido un cuchillo jamonero, con el fin de asesinarlo. (O él o ella). Lo tiene encerrado con llave en la habitación y el suelo con pegamento y cazaratones y trozos de queso envenenados. Y nada, ay. Anabel teme lo peor, y no porque no lo llegue a asesinar, que a fin de cuentas ya nada le importa, porque ha perdido la alegría de vivir, sino porque teme que haga de su casa, que es la herencia de sus hijos, una ratonera.

Lo intentó por las buenas y por las malas, lo intentó de todas las maneras, hasta llegó a ponerle de nombre Ramón para darle confianza y atraparlo y luego asesinarlo. O hacerse su amiga y echarlo por las buenas. Anabel está fuera de sí. Dará en loco.

A Anabel yo le diría que no se deje arrastrar por la desesperanza, que un ratón puede llegar a ser un fantasma creado por los miedos, que debe tener una visión más amplia de la situación y dirigirse hacia un universo pleno de posibilidades. Por ejemplo, meter un gato en casa que haga de sicario por una lata de sardinas. (¡Ponga un gato en su vida!). Aunque luego tendría que meter un perro... uy, uy, uy, en ese plan acabaría convirtiendo su casa en un parque zoológico. No es una buena idea. Entonces, a Anabel yo le diría que no se deje amedrentar por Ramón, que tenga esperanza, que mientras haya esperanza habrá vida más allá de Ramón. A  Anabel yo le diría que tenga fe.

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