lunes, 20 de agosto de 2012

El viejo arte de meter la pata

El resentimiento vuela alto estos días, la derrota por el triunfo ajeno pesa más que la ausencia o un adiós para siempre. Y luego se llega decir que la tradición es el instrumento necesario para construir un amor... ay dona, entonces, ¿qué se creerán que es cualquier cosa? Ahí están los hechos y sus razones, críticas que fueron. Insisto, criticas mordaces y resentidas que perdieron sus razones, pues tiene uno más de una palabra por decir de todo aquello. ¿Cómo explicar que aquello era amor por la palabra? ¿Cómo explicar que aquella manera conceptual de escribir era un estilo de ver la vida? Literatura.
 
Si te dijera que donde las dan las toman, o viceversa, estaría justificando quizá tu proceder, pero no, que tus desprecios no eran razones. Sin lugar a dudas fue una estrategia para echarme. Al principio me hiciste mucho daño porque nada sabía. Luego de irme, y de un tiempo sin cuantificar, las cosas fueron a mejor. ¡Estúpidos!. Tú te jugabas tu vanidad y yo mi orgullo. Al cambio tal para cual. Si la veteranía fuera un grado otro gallo cantaría, porque llegué antes que tú, llegué cuando él, y cuando él se fue debí irme yo.

Las culpas no tienen dueño, pero igual ni tú ni yo fuimos culpables, que él, tu jefe y mi amigo, con aquel aplicar suyo el arte de lo posible sin haberse atrevido a lo imposible, a la necesidad que suponía aplicar la disciplina, a mí me dejó ir y a ti, ¡hay que joderse!, hace un par de meses me entero que otra ocupa tu lugar.

De ti y de mí se pudiera decir que fuimos primos, que no hermanos, en la tarea de echarnos zancadillas. Las meteduras de pata familiares tan comunes. Y de él que le debo todo. Si hablamos de un proyecto común, de una idea creativa, de periodismo quizá, porque era un periódico, nada tenía que ver con lo nuestro, lo nuestro ya eran asuntos personales, y él lo sabía, y él lo sabía. El viejo arte de meter la pata.

Es la hora del adiós, que las ausencias ya han llegado. Aunque el fin de esta historia, aún está por escribir: Cada lágrima enseña una verdad. Un descuido imperdonable. Que aquello que fue un pasado victorioso no quede ahora en el olvido. Nada está perdido, al menos por mi parte, esperemos entonces a que regrese. (Hasta un reloj parado está en hora dos veces al día).

No hay comentarios:

Publicar un comentario