domingo, 1 de julio de 2012

La última cena

Ayer fuimos con unos amigos a cenar a la terraza de un bar cercano a la iglesia. El bar olía a incienso. La iglesia estaba cerrada, pero hoy estará abierta y el bar cerrado. ¿Habrá una ley también para esto? Éste es un país de muchas leyes... y copago farmacéutico, y solares por construir, y deuda soberana, y prima de riesgo, y vecinas chismosas, y etcétera que no acabaría: éste es un país pobre de pan y justicia. ¿Acabará el gobierno metiéndole mano a las leyes como a todo lo demás?

Los bares y las iglesias no hay que cerrarlos ni abrirlos. Ni a los curas hacerlos cardenales y a los camareros psicólogos, por muchas almas que curen y vidas que salven. (Dios es más Dios después de una copa de vino). Nuestros pecados y nuestros horrores, miserias que son de cada cual, a nadie debieran interesar.

La cena estuvo bien, pero el olor a incienso... ojalá la iglesia huela a calamares fritos. El sermón, luego del perdón de los pecados (los malos pensamientos y el fornicar, que no nuestras deudas con los bancos), tratará de fúrtbol. Da mucho juego el fúrtbol, pero poco de qué hablar. Como el olvido, mujer de pelo negro y verdes sueños.

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