miércoles, 23 de mayo de 2012

Agradecimiento póstumo (¡lagarto, lagarto!)

"Teméis todas las cosas como mortales y todas las deseáis como inmortales". Séneca.

En mi vida he expresado las condolencias a muchas personas ante la muerte de sus seres queridos. Pero hoy, después de visitar a mi psiquiatra y decirme de manera preocupante acerca de mi salud mental, he podido comprobar que no se tiene plena conciencia de la magnitud de la pérdida mientras no se viva la experiencia de la muerte en propia carne.

Creemos estar preparados para un acontecimiento que todos proclamamos natural pero que únicamente pone de manifiesto toda su dolorosa dimensión en el momento de producirse. La profunda pena del momento es mitigada cuando se tiene el privilegio de haber disfrutado de la vida desde el mismo instante de haber nacido. Ahora, en los años altos de mi vida, es tiempo de experimentar sensaciones entrelazadas con palabras que tengan resultados imprevisibles. Jamás pensé que pudiera existir una herramienta con el poder de expresar o crear sentimientos, incluso suscitarlos como la palabra. Quiero dejar constancia sin importar qué peligros me acecharán, y llevaré conmigo todas las palabras que pueda dentro de mi ataúd, aún siendo conocedor del peligro que correré al llevar a un lugar desconocido una herramienta tan poderosa. De ahí que esta carta, sino de despedida, es de inmensa pena, y me gustaría que estuviera a la altura del mensaje. Quiero que quien la lea me recuerde, aún sin conocerme, porque yo así lo haré, y llevaré en el corazón a quien pierda un minuto de su tiempo en leerla, al menos mientras dure el tránsito. Lo prometo y mantendré la promesa ante mi propio cadáver. Y ahora no quiero parecer interesado ni aburrir con sentimentalismos de viejo temeroso de lo desconocido, pero agradecería que llegado el momento, alguien rezara por mi alma. (Una amiga de antes me dijo que a los muertos hay que rezarles una oración). A pesar de que yo nunca creí en nadie que no fuera de carne y hueso, a no ser un te quiero enamorado de quien me amó.

Confieso que me resultará difícil expresar la satisfacción que me producirá ver desfilar ante mi féretro a tantas personas al enterarse de mi muerte, así que quizá no diga nada. (Me gustaría que supieran disculpar el momento). Estoy seguro que todas se explayarán en elogios hacia mí. Muchas gracias. En fin, este agradecimiento póstumo no lo dice todo, pero es a quien lo lea a quien corresponde decir el resto.

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