jueves, 15 de marzo de 2012

A un padre muerto

Un marzo desgarrador cerró sus ojos y los que le conocimos quedamos sin aquella sonrisa franca que siempre le caracterizó. Murió sabiendo lo imposible del momento que vivía y, aún así, murió amándose.

Unas voces clamaban vehementemente aquella noche
-yo no las oí-,
gritaban a viva voz,
querían que callara todo el mundo
para armonizar a tiempo su vida
con una alegre melodía.

Pero era tarde,
sí,
tarde,
demasiado tarde.

Y cuando la noche indiscreta,
hoy me acerca de nuevo su recuerdo,
en este día tan propicio para ello,
unas palabras mutiladas por los años
buscan asilo en mi garganta.

¿Cómo expresar con palabras de este mundo lo que siento?

Pero era tarde,
sí,
tarde,
demasiado tarde.

Allí se quedaron los muertos, los demás se fueron, yo también me fui. Y hoy me sigo yendo.

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