Mis últimas voluntades

-¿Voy contigo... me llevas?

-No, que hablas mucho.

-¿Qué?

-Además eres muy triste y aburrido.

-Si apenas hablo... y triste y aburrido...

-Entonces abre una cuenta en Facebook. Así puedes hablar lo que quieres sin que te puedan ver esa cara de melancolía.

Confieso hablar mucho pero solo con mi mascota, y me gustaría relacionarme con gente como yo. No debiera vivir tan aislado. Pero mi esposa dice no. Porque además de triste y aburrido, dice que cuando hablo parece que lo hago con mi mascota, que nadie me entiende y miran para ella como si se compadecieran. ¿Se avergonzará mi esposa de mí? Y no le quitaría razón, llevo tanto tiempo en mi esquina de clausura que mis palabras pueden convertirse en obstáculo en un círculo de amistades ajenas en lo que lo prudente debiera ser escuchar... ¿Pero cómo tener amistades propias si no me relaciono con nadie? (Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde). No me puedo pasar el día escribiendo y cuando me duele la cabeza salir con mi mascota a tomar el aire y cazar mariposas. He de cambiar de comportamientos. Tal vez tenga razón y deba abrir una cuenta en Facebook y empezar de cero. He de pensar cómo utilizar mis palabras como si fueran las últimas que voy a decir. Mediré cada frase, cada oración. Empezaré por escuchar lo que alguien me diga con atención. Y no mentiré. Diré siempre la verdad. Ojalá que me queden muchas palabras por decir... aunque tenga que prescindir de la ficción.

-¡Despierta!.

-Uy, ¿qué pasa?

-¿No recuerdas que adelantaron una hora el sábado?

-La María me ampare, por un momento creí que estaba a las puertas del silencio.

-Si bajaras de las nubes...