sábado, 24 de marzo de 2012

El estrés

Una amiga me acaba de asaltar en medio de la calle preocupadísima acerca de una situación que la desbarataba ¿? (Siempre lo digo, acabaré abriendo una consulta psicológica). Me contó que había perdido la memoria ¿? (Este fin de semana va de olvidos. O sea, que lo mío es más corriente de lo que yo creía). Y no solo me hablaba en tiempo pasado, sino del presente. El asunto es parecido al mío en la escuela: una mosca la distrae y no consigue concentrarse en nada, además de padecer unos dolores de cabeza terribles al anochecer. (Es joven y guapa, sino igualita que yo). Enseguida me di cuenta que lo de ella se trataba de un estado de estrés excesivo que estaba afectando a su estado emocional y físico. Mal asunto -le dije-, el estrés mata de no corregirlo a tiempo. (Creo que me haría falta un verbo más refinado para abrir la consulta, porque fue decirle que el estrés mataba y echarse a llorar como una plañidera. Pero es verdad, este mundo de prisas incontroladas mata. No la podía engañar). Le expliqué que tenía que cambiar hábitos de vida. Tomársela con más tranquilidad. Entonces, y ya repuesta del susto de la muerte me preguntó, ¿qué es el estrés? (Lo cierto es que yo estoy facultado para diagnosticar enfermedades de la mente, incluso para resucitar a los muertos, pero no tengo ni pajorera idea de lo que es el estrés, y mucho menos por qué resucito a los muertos. Pero algo le tenía que decir a aquella amiga). Te cuento, el estrés es un vocablo, pero eso no es malo, lo malo es meter en la boca más de lo que podemos digerir. (Lo de resucitar a los muertos creo que es por amor a los demás. El amor resucita a los muertos, eso dicen. Yo no lo sé de fijo).

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