domingo, 15 de enero de 2012

La belleza exterior y el reflejo del alma

Al correr de los años uno se va desdeñando de sus apariencias. Del cuidado exterior. Ya no importa aparentar, que es y no, porque lucir impecable, a gusto con uno mismo, no es aparentar. Pero se mantiene el aseo personal y lo demás no importa tanto, al menos tanto como antes. Antes, era joven e iba de punta en blanco. Viene al caso porque mi esposa me compró el otro día unos trapos en las rebajas y para mí no son más que eso. Y no hablo de rebajas para llamar peyorativamente trapos a unos pantalones y algo más. Para mí ya son trapos todo, y en especial las marcas que dan prestigio a la ropa y se la quitan a quien la lleva. Que no hablamos de calidad de tejido sino de calidad humana. La ropa la hacen los mismos niños sea cual sea la marca, y en el mismo lugar o en el mismo barco para evitar aranceles o impuestos. En los años altos de la vida uno prefiere ir más a tono con sus humildades. Se piensa más hasta dónde se ha llegado y dónde más se puede llegar. Y sobre todo qué se puede hacer por los demás. Y entonces damos consejos sin que nos los pidan; es un dato más para darnos cuenta que somos viejos y espesos, que aburrimos a las piedras. Los consejos cuando se dan sin ser pedidos no se aprecian y muchos menos se escuchan. Ay, llevo unos días de aquella manera, de viejo por las calles rotas, agotado de recuerdos, intolerable de actitudes, cansado de los malos ejemplos. Uno ha llegado a viejo y lo sabe, no hay más que hablar. Pero si me pongo en el compromiso de la amistad y el agradecimiento, diré que nunca se puede dejar de soñar, y ser siempre, intentarlo al menos, como me dijo un día una amiga del alma antes de morirse de pena, hace ahora mil años, felices.

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