sábado, 12 de noviembre de 2011

¡Felicidades, mi niña!

Siendo exactamente una hora inconfesable de sábado, 12 de noviembre, digo:

A veinte kilómetros de donde vive un amor enamorado, tomando camino hacia un mar, hoy, el día amanece espléndido. El lugar soñado por la vida para existir, el lugar donde todo comenzó, donde vivo, donde espero: Su casa. 

A una vida apenas por vivir qué podría escribirle en su día para que me creyera. (Jamás ojos humanos han visto una mirada más alegre). Empezó a ausentarse con el azahar (doy fe de haber visto una única flor de azahar en medio de la nada). En su ausencia, delegó las funciones de enamorar a la vida al amor que nunca se apaga. (Por ese amor, por quererte un poco más cada día, vivo). Al temporal, al viento huracanado que aleja a los hijos de sus padres le digo: ¿Cómo te atreves a quitarles el verdadero y único sentido de la vida a unos padres? ¿Cómo te atreves a arrancarles de las entrañas una hija? (Amor sin fin). ¿Acaso es la vida que sigue su curso? A la vida en pleno tránsito le digo: ese no es el camino, así no se hacen las cosas por más que yo las haya hecho. De todo doy fe. (Remito a mi niña a fin de que, si así lo desea, haga las oportunas averiguaciones de si es cierto lo que digo en su casa hoy, sino mañana).

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