sábado, 15 de octubre de 2011

Aristóteles

Cuentan los libros de historia que en la antigüedad había un filósofo de profesión muy popular para aquellos tiempos, incluso tenía fieles seguidores. Sus seguidores con el tiempo alcanzaron el grado de discípulos, pero nunca estuvieron unidos y deambulaban desperdigados. También iban a la greña y, para más cachondeo, Aristóteles los confundía con diabólicas perogrulladas disfrazadas de lecciones de vida. Su filosofía, tal vez doctrina, era peripatética. A veces, para eludir las objeciones de sus discípulos caminaba con precaución, del todo innecesario porque ellos ignoraban de qué trataba su filosofía tanto como él mismo. A pesar de todo, con el tiempo (qué vueltas da la vida), se erigió en elemento fundamental para gloria de la literatura. Ahora sus seguidores roncan en sueños y claman con la sabiduría de los necios. Sus ideas pasadas por agua tres minutos, como los huevos duros, se convierte en ideas fijas (pilares del pensamiento actual), petrificadas como rocas artificiales. (Epigrama disecado).

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