viernes, 2 de septiembre de 2011

Envidia

Envidia, Antonio Machín

Envidia,
tengo envidia de los valles,
de los montes y los ríos,
de los pueblos y las calles
que has cruzado tú sin mí.

Envidia,
tengo envidia de tus cosas
tengo envidia de tu sombra,
de tu casa y de tus rosas
porque están cerca de ti.
Y mira si es grande mi amor
que cuando digo tu nombre
tengo envidia de mi voz.

Envidia,
tengo envidia del pañuelo
que una vez secó tu llanto
y es que yo te quiero tanto
que mi envidia es tan sólo amor.

Envidia,
tengo envidia de tus cosas
tengo envidia de tu sombra,
de tu casa y de tus rosas
porque están cerca de ti.
Y mira si es grande mi amor
que cuando digo tu nombre
tengo envidia de mi voz.

Envidia,
tengo envidia del pañuelo
que una vez secó tu llanto
y es que yo te quiero tanto
que mi envidia es tan sólo amor.
Envidia, envidia, tengo envidia
y es de tanto amor.

Lo digo en serio: En la vida había sentido envidia por nadie. Pero ese sentimiento se ha apoderado de mí de tal manera que en su más perversa expresión de mediocridad me encuentro metido hasta las trancas. Prometo que nunca me había sentido tan miserable. Mi mente absurda culpable. Después de haber sobrevivido a las fiestas de mi pueblo con toda aquella maldita música enlatada responsable de mis dolores de cabeza, creí que había encontrado la paz de mi alma. Y el sosiego de mi corazón. Sufrir cuando alguien triunfa o gozar cuando alguien fracasa constituyen rasgos de una personalidad que, afortunadamente, jamás había usurpado mi mente. Sin embargo, por primera vez en mi vida tengo envidia. Pero no siento envidia de cualquiera, que a mí cualquiera me importa un carajo, siento envidia de Antonio Machín, porque él sí que supo explicarse.

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