sábado, 3 de septiembre de 2011

Confieso haber llorado por lo que tanto quería

El amor que hay en mí no se suicidará mientras el "otro yo" tenga la esperanza de ser el "otro ya".

Algunos guardamos nuestros sueños en una caja de lápices de colores. Porque lo más importante de la vida no es solo haber vivido, también es haber reconocido el amor que nace del deseo repentino de hacer eterno lo efímero, y tener la suerte de saber dibujarlo, aunque sea un amor imposible sin motivos aparente... quizás un mal verso incapaz de explicarse... Hoy, sábado de ausencias, me ha dado por poner al día mis recuerdos. De viejo y descuidado se me han amontonado y no quisiera repetir alguno. Ante los problemas, ante las dificultades, en el justo momento que uno tiene que defender en lo que cree, valores, personas, y sobre todo el amor... Ante la vida que me queda por vivir no quiero malos entendidos. En todo caminar, caminante, la vida nos proporciona sí o sí momentos difíciles, y en todos aparece el miedo enmascarado a veces de lagarterana. Ese es un buen momento para reconocer a las verdaderas amigas. A mí ese decir popular que después de la tormenta viene la calma es un decir sin ningún tipo de fundamento científico. Si por mí fuera lo daría de baja ya en el Calendario Zaragozano. Porque luego de la tormenta no viene la calma, viene el silencio y viene el olvido. Hoy, y no sé a santo de qué, no me importaría que algunos de mis recuerdos los pudiera revivir. Me gustaría, me conformaría con dos... uno al menos... no sé. Estoy seguro que cuando acabe el día llenaré la papelera de preguntas sin respuestas, de cartas sin acuso de recibo, de besos sin esperanza y montones de pequeños reconocimientos. A estas alturas de la vida, sin embargo, uno ya se conforma con tener a Dios y la María cerca por si un aquel. La ley de las probabilidades y alguna responsabilidad me tienen sometido: ¿será un gesto de valentía pasar por los duros momentos de la vida y tener miedo?

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