viernes, 16 de septiembre de 2011

Anhelo tu risa que es la mía

El valor terapéutico de la risa nadie lo duda. Porque reír aumenta la resistencia al dolor por la liberación de endorfinas. Reír, siempre reír, aunque duela el alma. Es cuestión fundamental reír. Y no importa el motivo si hablamos de recibir los beneficios que genera la risa. La mera flexión muscular natural nos favorece. Mejor reír en este desenfreno que vivimos, en la cotidianidad. Si reímos nos sentimos mejor, y más si instigamos la risa al colindante. Si ríes ríen. A veces vas por la acera y ves una cara triste y te gustaría hacer algo por ella, cambiarle su semblante para que riera, sin embargo, esa cara canta su pena. Pena que lleva en los adentros y le impide reír. Su cara espejo del alma la delata. Las arrugas de su piel no son sino surcos que las lágrimas generan al caer por su rostro. Sabemos que las penas perjudican la salud. Me gustaría salvaguardarme de la nada risible situación que vivimos, pero cómo si el pueblo llora en el silencio... Cada día nombramos más a Dios porque somos incapaces de pasar las cosas por alto. "Da y se te dará", dicen que dijo. Da alegría y recibirás alegría, da pan y recibirás pan... Vale que Dios no nos quiera tacaños, que nos quiera alegres y generosos. Pero de dónde sacar un pan multiplicador, una risa que contagie desde la depresión del alma... Quizás ÉL. De momento, y hasta que las cosas cambien, la pena y la tristeza nos tienen prisioneros. Los poderosos del mundo, ellos son los que pueden y no quieren. Por lo que no es falta de humanidad, tampoco de voluntad del pueblo. Tenemos el alma herida y no podemos reír; con la intención no basta. Prueba, tristeza, a reír con el alma en pena. Casi vencido en mi racionalidad, quisiera saber cómo salir de ella y comportarme ciudadano en un país que clama justicia al paso de los días y algunas noches. Impertérrita realidad que nos convierte en alimento de los poderosos, en figuras de museo con la misma cara triste todos los días. Pobre patria la mía, pobre sociedad esta que se le olvidó reír. Ahora sí que somos pobres de verdad.

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