viernes, 19 de agosto de 2011

Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios

No solo cuando recibimos el impacto con un final feliz por una decisión de un cambio de vida. No sólo cuando nos sentimos comprometidos tras ver cumplida una esperanza humana. No solo cuando recargamos las pilas ante una mirada de soslayo y una bendita sonrisa. No solo cuando buscamos un brazo con su abrazo en una colindancia y (milagro) lo encontramos. No sólo cuando nos alegramos por el hecho de que un algo, idea o lo que sea, nos salió genial. No solo cuando la iglesia católica impone su criterio a una sociedad que pertenece a un país aconfesional por elección. Ni mucho menos a pesar de los pesares, y lo digo con la cara más seria que dispongo para estas ocasiones, no solo, e incluso digo, cuando somos explotados en un precario puesto de trabajo por una clase empresarial con el amparo del gobierno. Porque no solo por vivir podemos abortar la vida. Nuestro proceso de conversión debe ser permanente hasta el final. Que hoy no es ayer ni será mañana. Aunque lo uno lleve a lo otro. (Después de ver los sucesos acaecidos ayer en Madrid, cuyo manto de dudas me arropaban últimamente, me convencí que el poder político, económico, o simplemente el de convocatoria, embotan la imaginación y manda a los confines de un solitario y frío mar la magia de una lucha solidaria por un proyecto de vida más justo; lo que comenzó siendo una esperanza de vida con el apoyo de una sociedad mayoritaria hoy, pudiera estar dando los últimos coletazos por un afán de protagonismo que no se entiende).

P.D. Un ateo que no se siente representado por el 73% de la sociedad de este país que se declara creyente.

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