jueves, 14 de julio de 2011

Los siete pecados capitales

De niño fui formado en la fe católica. Y casi llegué a ser monaguillo. Ya de mayor y al correr de los años abandoné la militancia católica, pero me he preservado con gran temor a incurrir en el pecado, no por aquello de no ir al infierno, sino por la sospecha de romper el equilibrio con alguna acción negativa (no soporto el remordimiento). De los siete pecados capitales. He podido controlar gran parte de ellos. Por decir, "la soberbia", nunca fui ni soy importante, ni perseguí honor ni gloria; "la avaricia", ya de niño la vida me situó y me conformé; "la lujuria", ay, esa... ay, bueno, esa más o menos; la gula, absolutamente; "la envidia", esa toda debido al talento. No lo soporto ajeno; "la pereza", ¿y la pereza qué...? La pereza... pues no he tenido más remedio que trabajar; "la ira", la ira y de la mala, se me ha hecho muy difícil convivir con ella cada mañana al ver y oír cómo va el mundo, las guerras, el hambre, que tal parece producirle el mismo efecto a los que gobiernan que a mí, pero lo disimulan mejor. Es uno y otro, díganle como quieran, pero la ira de muchos me ha llevado a perder la fe, además de la cordura al ver estas monstruosidades. Lo cierto es que ahora de viejo, y harto ya de estar harto... y harto sobre todo de que pierdan siempre los mismos y nunca hereden los desheredaos, para seguir con Juan Manuel Serrat, considero que la sugerencia de Santo Tomás -ante la ira-, recomendándonos paciencia para sufrir las adversidades con paz y serenidad, está totalmente fuera de mi alcance... Adiós pues, hasta mañana si Dios quiere.

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