viernes, 8 de julio de 2011

El adiós de un corazón

Bosque, Ángel González

Cruzas por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que estás allí, y lanza su silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las últimas fronteras de la tarde.
El adiós de un corazón
Las últimas fronteras de la tarde son espacios grises, son intersticios del crepúsculo. Entreveros de la melancolía de los sin suerte. Brechas perdidas del tiempo vital que no dejan hullas en tus pies. Son ecos huérfanos no reconocidos por el sonido ni la intemperie. Temblores dormidos entre el dejar hacer y el dejar pasar por una realidad convirtiendo un sentimiento imposible en un amor. Un amor huido del razonamiento, la lógica, la serenidad y la voluntad. Un amor del amor huido. Son pues, los espacios grises, las últimas fronteras de la tarde donde lanza su silbido largo al otro lado del paisaje. Eco distante que tú estremeces traspasando las últimas fronteras de la tarde. El adiós de un corazón.

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